Algunos individuos se angustian ante situaciones peligrosas y las evitan; en cambio, otros las buscan o las propician. Un grupo de neurofisiólogos trata de reconocer la diferencia entre estas dos personalidades.
La amígdala es una zona del cerebro en donde se procesan emociones, entre ellas el miedo. En ese sitio se ha localizado una gran cantidad de la proteína llamada estatmina.
Los científicos creen que la concentración de esta sustancia juega un papel determinante para que un individuo sea temeroso o intrépido. Para comprobarlo, manipularon los genes de ratones y «apagaron» el que produce esta proteína y luego se estableció una comparación con los roedores normales, tras someterlos a situaciones que habitualmente provocan miedo y angustia.
En los primeros días después de cambiarlos de jaula, los ratones permanecen junto a las paredes, por miedo a ser atacados por un depredador. Éste es un miedo innato. Sin embargo, también puede ser aprendido. Cuando a los ratones se les aplica una descarga eléctrica, se inmovilizan de miedo. Si al mismo tiempo que se aplica la descarga suena un timbre, después de un tiempo basta oírlo para quedarse inmóviles por mucho tiempo.
Los animales sometidos a manipulación genética para disminuir la cantidad de estatmina perdieron tanto el miedo innato como el aprendido mucho más pronto que los roedores normales.
Según estos neurofisiólogos, la mayor o menor cantidad de esta proteína en la amígdala establece la diferencia entre una persona temerosa, atormentada por todo tipo de fobias, y otra temeraria, dispuesta a afrontar situaciones peligrosas.
Estas investigaciones podrían señalar el camino para idear futuros tratamientos contra la ansiedad.