Las cuevas son los ecosistemas más aislados que existen en el planeta. Se podría pensar que, debido a la oscuridad y atmósfera enrarecida dentro de ellas, la vida en esos lugares sería imposible.
Para los geólogos es un reto dilucidar la manera en que se formó de manera gradual la gran diversidad de rocas de estructura y texturas asombrosas que hay en las cuevas.
Los especialistas encontraron en fecha reciente unas formaciones cuyo origen se vincula con bacterias. Cuando se observó al microscopio el material de unas paredes que parecían estar tapizadas de «palomitas de maíz» se descubrió que había capas de bacterias fosilizadas en carbonato de calcio. Al raspar esa pared se hallaron aún vivas unas bacterias desconocidas hasta entonces. Las sembraron en medios de cultivo adicionados de sales de calcio y crecieron, además de que produjeron a su alrededor cristales de carbonato de calcio, semejantes a los de la pared de la cueva.
Otras bacterias halladas en ese sitio no se han podido cultivar en el laboratorio. A los científicos les interesó descubrir cómo pueden subsistir estos microbios en un medio tan pobre en nutrientes y de dónde obtienen la energía para realizar sus funciones vitales.
Así reconocieron, entonces, que estas bacterias producen sustancias que reaccionan con las rocas y que aprovechan la energía que se libera al hacerlo. Para sobrevivir en ausencia de fuentes de carbono orgánico, se unen con avidez a cualquier partícula orgánica que encuentran.
Por esa razón, las pinturas rupestres de Altamira y Lascaux, en Europa, son objeto de deterioro por estos microorganismos, ya que se pintaron con pigmentos minerales suspendidos en aceites vegetales.
No cabe duda de que aun en los medios más hostiles, la vida busca la forma de perpetuarse.