Irónicamente, en los países desarrollados la pobreza y la obesidad van de la mano.
A esta conclusión han llegado los especialistas después de hacer un balance del estado nutricional de la gente que habita el planeta.
Los genes y la evolución humanos han modelado el cerebro del hombre para que consiga el máximo de energía con el mínimo de esfuerzo. Esto le fue de utilidad por miles y miles de años, cuando el hambre era una amenaza constante.
Sin embargo, esta adaptación evolutiva no se adecua al mundo moderno, en que los alimentos hipercalóricos se encuentran tan accesibles, por ejemplo cuando se pide por teléfono comida a domicilio o uno la tiene tan cerca como la tienda de la esquina.
Aunque se cree que puede haber genes ligados a la obesidad, su gran frecuencia actual se debe más al cambio de condiciones sociales y ambientales y menos a una propensión genética.
Un factor central de esta variación en la dieta radica en que la comida chatarra ofrece más calorías por menos dinero. Así, una bolsita de comida chatarra cuesta lo mismo que una manzana.
La gente de bajos recursos y escolaridad prefiere estos alimentos ya que, además de su fácil adquisición, son baratos y, al estar preparados con harina refinada, mucha azúcar y grasa, son un satisfactor que sustituye a otros que no se pueden adquirir por el mismo precio.
¡Qué importante sería que los grandes consorcios de la industria alimentaria se plantearan el reto de hacer golosinas tan atractivas como la comida chatarra pero con un valor nutricional balanceado!