De forma normal, la elevación de la temperatura del mar en el Pacífico ecuatorial lleva el agua evaporada a grandes alturas. En la parte más baja de la atmósfera se genera un vacío, que sustrae masas de aire del Pacífico occidental. Este intercambio transporta grandes cantidades de agua, que se precipitan en el sureste de Asia, al mismo tiempo que se genera una corriente de aire hacia las costas de América del Sur. Este sistema se conoce como la circulación de Walter.
Cuando el volumen de agua evaporada en una zona y el de la que se precipita como lluvia en otra son semejantes, se mantiene en equilibrio la circulación de los vientos a través del Pacífico entre los dos continentes.
De forma periódica, si la evaporación es mayor que la lluvia, surge lo que se conoce como el fenómeno de «El Niño», que produce trastornos graves, como sequías en Indonesia y Australia e inundaciones en Ecuador, Perú y Chile. El cambio de temperatura en el mar provoca también alteraciones en las corrientes que modifican los nutrientes de los peces, cuyos volúmenes decrecen, y esto repercute en la economía de estos países de América del Sur, tradicionalmente pesqueros.
El fenómeno de El Niño solía presentarse con intervalos de ocho a diez años.
Sin embargo, cada vez es más frecuente y se teme que podría convertirse en un trastorno permanente del océano y la atmósfera.
Con base en mediciones históricas de la intensidad de los vientos, se encontró que ésta ha disminuido un tres por ciento de 1850 a la fecha. Esto se debe a que, conforme se incrementa la temperatura del planeta, la evaporación es mayor que la lluvia. Con ello se produce una disminución de la diferencia entre las presiones atmosféricas de los dos continentes, lo que trae consigo el debilitamiento de los vientos.
Si no se logra frenar el calentamiento global, consecutivo a la emisión de gases invernadero, como el dióxido de carbono y el metano, es predecible que, a fin de siglo, la intensidad de estos vientos disminuya 10 por ciento, lo cual ocasionaría efectos muy adversos.
Cuando el volumen de agua evaporada en una zona y el de la que se precipita como lluvia en otra son semejantes, se mantiene en equilibrio la circulación de los vientos a través del Pacífico entre los dos continentes.
De forma periódica, si la evaporación es mayor que la lluvia, surge lo que se conoce como el fenómeno de «El Niño», que produce trastornos graves, como sequías en Indonesia y Australia e inundaciones en Ecuador, Perú y Chile. El cambio de temperatura en el mar provoca también alteraciones en las corrientes que modifican los nutrientes de los peces, cuyos volúmenes decrecen, y esto repercute en la economía de estos países de América del Sur, tradicionalmente pesqueros.
El fenómeno de El Niño solía presentarse con intervalos de ocho a diez años.
Sin embargo, cada vez es más frecuente y se teme que podría convertirse en un trastorno permanente del océano y la atmósfera.
Con base en mediciones históricas de la intensidad de los vientos, se encontró que ésta ha disminuido un tres por ciento de 1850 a la fecha. Esto se debe a que, conforme se incrementa la temperatura del planeta, la evaporación es mayor que la lluvia. Con ello se produce una disminución de la diferencia entre las presiones atmosféricas de los dos continentes, lo que trae consigo el debilitamiento de los vientos.
Si no se logra frenar el calentamiento global, consecutivo a la emisión de gases invernadero, como el dióxido de carbono y el metano, es predecible que, a fin de siglo, la intensidad de estos vientos disminuya 10 por ciento, lo cual ocasionaría efectos muy adversos.