Se conoce como placebo una sustancia que puede producir algún efecto curativo en el enfermo pese a que carece por sí misma de acción terapéutica. Para esto es necesario que la persona que lo recibe esté convencida de que esa sustancia posee en realidad tal acción.
Los placebos se conocen desde hace mucho tiempo. Se emplean en la investigación clínica de los medicamentos para comparar la acción terapéutica de éstos contra el «efecto placebo», que podría considerarse como un «falso positivo».
Por mucho tiempo se consideró a los efectos terapéuticos de los placebos como producto de una simple sugestión y no se contaba con una explicación fisiológica para el fenómeno.
En busca de una explicación, unos neurólogos inyectaron en la mandíbula a un grupo de voluntarios una sustancia que producía un espasmo muscular. Esto ocasionaba un dolor moderado durante 20 minutos.
A la mitad del grupo se le aplicó una inyección intravenosa de un placebo, que no era otra cosa que solución salina (sin medicamento alguno), pero se les aseguró que contenía un analgésico. A la otra no se le suministró ningún placebo.
Durante el experimento, todos los voluntarios se sometieron a una tomografía para registrar la actividad cerebral. En aquellos que recibieron el placebo se observó gran actividad en las neuronas receptoras de unas sustancias conocidas como endorfinas y que poseen una acción analgésica, según se ha demostrado desde hace tiempo. La mayor actividad se registró en las personas que dijeron haber sentido mayor alivio con el placebo. En los individuos a los que no les fue aplicado no se observó ninguna actividad en esta zona cerebral.
Es necesario conocer mejor el mecanismo de acción de los placebos para aprovechar su efecto y quizá reforzarlo.