Tal vez parezca obvio decir que sentimos hambre cuando el estómago está vacío.
Sin embargo, la explicación fisiológica es que, en esa situación, la capa que recubre internamente al órgano produce una hormona llamada ghrelina, que llega por vía sanguínea al cerebro. Allí, en el hipotálamo, existen unos receptores que, al unirse con ésta, generan la sensación de hambre.
Sin embargo, a un grupo de neurólogos les extrañó encontrar receptores de la hormona en otras zonas del cerebro, como el hipocampo, región encargada del aprendizaje y la memoria.
Para investigar la función que éstos tenían en un área tan ajena al apetito, los científicos inyectaron una dosis adicional de ghrelina a unos ratones.
Al practicar la disección de sus cerebros, encontraron que las neuronas del hipocampo habían desarrollado un mayor número de dendritas, que son las terminaciones nerviosas que establecen las conexiones con otras neuronas. Estas uniones se vinculan con el proceso de aprendizaje.
A los ratones de otro grupo se les desactivó el gen que produce la ghrelina y en su cerebro hallaron una disminución significativa de dendritas en las neuronas del hipocampo.
Cuando a los ratones que recibieron una dosis adicional de ghrelina se los sometió a pruebas, como aprender y memorizar en un laberinto el camino más corto para encontrar comida, mostraron un mejor desempeño que los ratones normales, mientras que aquellos que no producían ghrelina no lo aprendían y tardaban mucho en encontrar el alimento.
En un principio, parecería que la memoria y el hambre no tendrían por qué estar vinculadas; sin embargo, desde el punto de vista evolutivo, es lógico que un animal hambriento tenga que estimular la memoria para aprender y memorizar los sitios donde hay comida