Después de los 30 años de edad comienza a observarse una serie de cambios químicos en las interconexiones neuronales del cerebro, lo cual provoca una disminución de las capacidades de conocimiento. A medida que el promedio de vida se ha incrementado, las manifestaciones de dicho fenómeno han empezado a ser una preocupación.
Aunque el declive es inevitable, neurólogos y psiquiatras buscan la forma de frenarlo antes de que desemboque en sus consecuencias más graves, como la enfermedad de Alzheimer.
En fecha reciente, un neurólogo diseñó un software que incluye diversos ejercicios mentales de diferente tipo y lo aplicó a un grupo de adultos de edades diversas. Conforme resolvían las tareas, los participantes se sometían a una «tomografía de coherencia óptica» con el fin de identificar cambios en el flujo sanguíneo cerebral. Algunas actividades, como la resolución rápida de problemas aritméticos y la lectura en voz alta, ocasionaban un mayor flujo hacia el área de la corteza prefrontal del cerebro.
Según este investigador, dichas actividades aplicadas todos los días en adultos mayores mejoran en grado considerable sus habilidades cognoscitivas.
Después de que los pacientes con Alzheimer efectuaran estas acciones por algún tiempo, se tornaron más comunicativos e independientes.
Otros científicos, en cambio, creen que estimular el flujo sanguíneo hacia la corteza prefrontal no significa en todos los casos aumentar las aptitudes para realizar las tareas cotidianas normales y que la mejoría en el desempeño con los problemas presentados por el programa puede ser tan sólo resultado del entrenamiento y la práctica específicos.
Sin duda, sería muy benéfico que, conforme se prolongan los años de vida, los adultos mayores pudieran detener el deterioro de sus capacidades intelectuales e incluso incrementarlas.