Las plantas leguminosas, como el frijol, tienen la ventaja de producir su propio fertilizante. En los nódulos que se forman en sus raíces se alojan unas bacterias llamadas rhizobium que toman el nitrógeno del aire y lo convierten en sales de amonio o nitratos, que la planta aprovecha. En otros cultivos es necesario agregar fertilizante con sales de nitrógeno para nutrir a la planta.
Agrónomos genetistas encontraron que al inducir la mutación de un gen en otras plantas, como el tabaco o el jitomate, las raíces de la planta formaban nódulos que, aunque al principio estaban vacíos, luego sufrían la invasión de bacterias que se encuentran en la tierra y que son capaces de convertir el nitrógeno atmosférico en sales aprovechables por la planta.
Si este procedimiento resulta aplicable al maíz, trigo, arroz o cebada, el ahorro de fertilizante sería enorme.
Esto traería beneficios al ecosistema, ya que la energía empleada para fabricarlos desprende gran cantidad de gases invernadero y el exceso de fertilizante arrastrado al mar es un contaminante que desequilibra los ecosistemas acuáticos