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Aprendiendo de los insectos

 
¿Alguna vez ha pensado por qué una pulga puede brincar una altura que corresponde a 200 veces la longitud de su cuerpo? o ¿cómo es posible que el mosquito, que tanta molestia da en la noche, pueda agitar sus alas miles de veces y tan intensamente sin dañar su cuerpo? La respuesta se encuentra en una proteína llamada resilina que, hasta ahora, es la sustancia más elástica que se conoce. Estos insectos tienen dicha molécula en la zona donde se articulan sus patas o sus alas con el resto del cuerpo.

   Unos investigadores tomaron de un cromosoma de la mosca de la fruta el gen que la produce y lo insertaron en el ADN de una bacteria llamada Escherichia coli. De esta manera, el microbio «aprendió» a elaborar la resilina. Un cultivo de estos microorganismos produjo varios gramos del antecesor de la proteína, la denominada proresilina, y con ayuda de un catalizador convirtieron esta sustancia en resilina.

   La elasticidad de la sustancia, que le permite estirarse y regresar a su forma original sin romperse ni deformarse, la convierte en un material que puede ser de gran utilidad para el hombre.

   Por lo pronto, se cree que con ella pueden fabricarse discos intervertebrales sintéticos, que podrían implantarse en pacientes cuyos discos se han desgastado por traumatismos o degeneración.

   Se presume que, si un mosquito mueve sus alas estirando la resilina cerca de 500 millones de veces en su vida, es muy probable que el implante de un disco de esta sustancia entre las vértebras de una persona pueda restituirle la flexibilidad normal de la espalda.

   Analizar el funcionamiento de los seres vivos en la naturaleza, explotarlo y aprovecharlo para el beneficio del hombre, es algo en lo cual se enfocan los científicos constantemente

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