Cuando se nos plantea un problema matemático o un acertijo lingüístico, es común que, mientras buscamos mentalmente la respuesta, nuestra mirada se dirija hacia un punto lejano inespecífico. A esto se le suele llamar «mirada perdida» o «ver al vacío».
Un grupo de psicólogos llevó a cabo un estudio con adultos jóvenes a los que se les planteaba un problema y se les pedía que, mientras buscaban la respuesta, miraran a su interlocutor. A los jóvenes de un segundo grupo se les indicó que, al resolverlo, no vieran a quien les hacía la pregunta, y las más de las veces «vieron al vacío».
Las personas a quienes se les permitió ver a lo lejos obtuvieron muchas más respuestas correctas en comparación con las que tenían que pensar viendo al sujeto que formulaba los problemas.
En este último grupo se observó que, con gran frecuencia, las preguntas provocaban nerviosismo, sobre todo si quien las planteaba era del sexo femenino y el que respondía del masculino.
Según los psicólogos, una cara transmite una enorme cantidad de información emocional, que hace que la mente de quien la mira se disperse, de tal forma que se disipa la concentración.
Es común que, cuando los interrogan, los maestros exijan a sus alumnos que los miren directamente. Este estudio muestra que ésa no es la mejor manera de obtener una respuesta correcta.