No todos conocemos un pingüino, pero casi todos los hemos visto en imágenes desde que éramos niños. Pese a ello, muchas personas desconocen las condiciones extremas en que estos animales habitan.
El pingüino es el único vertebrado que vive durante el invierno en la Antártica sin madriguera o nido. En 2005, dichos animales tuvieron la compañía de un grupo de biólogos interesados en conocer lo que les permite vivir y reproducirse a temperaturas menores a los 25°C bajo cero.
Durante el otoño se dedican a pescar en el mar, para lo cual se sumergen a profundidades hasta de 500 metros. Su cuerpo tiene un diseño hidrodinámico que les permite nadar casi totalmente rígidos con un gasto mínimo de energía y, además, pueden permanecer bajo el agua hasta por 20 minutos.
Esto es posible porque consumen aire adicional que almacenan en unas bolsas alojadas junto a los pulmones.
Tienen proporciones considerables de hemoglobina en sangre y mioglobina en sus músculos, sustancias encargadas de atrapar oxígeno del aire para llevarlo a los tejidos.
De grandes profundidades ascienden súbitamente a la superficie sin sufrir daño, la denominada descompresión, que padecen los buzos cuando ascienden con rapidez y que les puede ocasionar la muerte debido a la formación de burbujas de nitrógeno en la sangre. Aún se desconoce el mecanismo por medio del cual estas singulares aves mantienen el equilibrio de los gases en sangre.
Durante el invierno la hembra pone un huevo, que el macho empolla durante siete semanas, tiempo en el que permanece parado, cubriéndolo, sin probar alimento, mientras que ella regresa al mar, con el objetivo de traer comida para el polluelo.
Los conocimientos que los biólogos obtengan sobre los mecanismos que permiten a los pingüinos vivir en situaciones extremas permitirán entender mejor la fisiología de todos los seres vivos.