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Química y restauración

   Una gran preocupación que tienen los responsables de museos y personas que custodian las obras de arte es el deterioro que el tiempo inflige en ellas. Un ejemplo común es el desvanecimiento del «azul ultramar» que distingue a grandes obras del Renacimiento, como el cielo del Juicio final de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.

   Este pigmento, que se obtenía del lapislázuli, sólo se encontraba en unas canteras de Afganistán y era más caro que el oro.

   Recientemente, químicos dedicados a la restauración de obras de arte han encontrado que este mineral, formado por una molécula compleja, en la que un armazón de átomos de aluminio y silicio sostiene a un átomo de azufre, se modifica cuando reacciona con elementos del medio ambiente. Esto rompe la molécula y, al escapar el azufre, el color azul se desvanece de manera paulatina.

   Los científicos pudieron descubrirlo por medio de un aparato de resonancia magnética nuclear portátil, que hace posible efectuar el análisis in situ sin dañar la obra.

   Una vez que se conoce el mecanismo de degradación del pigmento, es posible diseñar un procedimiento químico que lo impida.

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Pingüinos

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Langostas bien orientadas

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