Quienes oyen hoy día hablar del paludismo, piensan que es una enfermedad remota y no la consideran una amenaza. Este padecimiento se caracteriza por episodios de fiebre, escalofrío y anemia que se repiten de forma periódica. En algunos casos puede producir la muerte.
El patógeno causante es un protozoario, llamado Plasmodium, que se aloja en los glóbulos rojos de la sangre. Se transmite cuando el mosquito del género Anopheles pica a un enfermo de paludismo, sustrae su sangre y después la inyecta en otro individuo.
En México, antes de 1956, cuando había una población de 30 millones de habitantes, este mal causaba entre 20 y 30 mil muertes al año. La aparición de los antipalúdicos redujo la mortalidad, pero después de algún tiempo el Plasmodium se tornó resistente a estos medicamentos.
El DDT es un insecticida que casi acabó por completo con el mosquito Anopheles, y se creyó que el padecimiento se había erradicado, pero los mosquitos también crearon resistencia contra los insecticidas. Estos productos, además, producen daños a la biosfera.
En el año 2000 sólo se registraron 7 mil casos de paludismo en México, ninguno de ellos mortal; con todo, es necesario buscar nuevas armas para atacarlo, dado que puede resurgir en cualquier momento, como ha sucedido en algunas partes de África.
Uno equipo de investigadores encontró que, si se fumigan las zonas en donde hay Anopheles con esporas de un hongo llamado Metarhizium anisopliae, éste infecta al mosquito y lo aniquila. Se trata de un método biológico que no daña al ambiente y es menos probable que el mosquito cree resistencia contra el hongo.
Es así como la ciencia tiene que buscar de manera continua nuevas armas para contrarrestar los cambios evolutivos de los seres nocivos.