Cuando los chinos, hace más de 2 mil años, detectaron que ciertos minerales, como la magnetita, que es un óxido de hierro, tenían la propiedad de ser atraídos y orientados por fuerzas localizadas en los polos del planeta, inventaron la brújula. A esa fuerza se la llamó magnética y al espacio alrededor de la Tierra en donde se manifiesta se la conoce como «campo magnético».
Hoy en día no se ha comprobado ninguna explicación acerca de la fuente que lo produce. Una de las primeras hipótesis señalaba que en el centro de la Tierra se había acumulado una gran cantidad de material magnético que funcionaba como un gran imán. Sus extremos no coinciden exactamente con los polos geográficos y además, con el tiempo, cambian de lugar; por ejemplo, de 1831 a 1904, la diferencia entre ambos era de 50 km.
Otro dato desconcertante es que en los 4 mil 500 millones de años de la historia terrestre, los polos magnéticos se han invertido de forma periódica.
Se ha presupuesto también que estas inversiones se deben a cambios en los patrones de circulación del material magnético fundido en el centro del planeta.
Otro punto importante es que la fuerza del campo magnético ha disminuido un 10 por ciento desde 1830.
Para conocer la evolución de este comportamiento, los geofísicos han estudiado las bitácoras de los navegantes que cruzaron los océanos desde el siglo XVII.
Los marinos, para orientarse, determinaban el polo geográfico por medio de la posición del Sol y las estrellas y el magnético mediante la brújula. Con esta información han podido establecer las modificaciones del campo magnético de la Tierra en los últimos cinco siglos.
Sin duda, se trata de un caso importante en el que la historia sustenta y la ciencia complementa.