Por primera vez, un equipo de científicos ha descubierto que, al menos tres especies de ranas venenosas del género Dendrobates que habitan en los trópicos de América, se apropian de una toxina de su presa y después modifican el alcaloide para crear otra nueva toxina que es casi cinco veces más mortífera. El veneno acrecentado termina por convertirse en un agente protector en la piel de la rana.
Criadas en cautiverio, lejos de su hábitat, estas especies no resultaban venenosas. A principios de los años noventa, el equipo de investigación descubrió que las ranas salvajes extraían las toxinas de sus presas, las transformaban y las acumulaban en su piel. Desde entonces, los expertos han encontrado que las hormigas y otros artrópodos del hábitat de las ranas tienen la mayor parte de los venenos que aparecen después en la piel de los batracios.
A fin de comprobar que estos animales modifican las toxinas que se comen con sus presas, los científicos usaron un alcaloide que forma parte de los seis venenos que poseen dichas ranas. Lo que hicieron fue producir dos formas del alcaloide, uno tal como se encuentra en la naturaleza y una réplica espejo. Después los espolvorearon sobre termitas y moscas de la fruta, que sirvieron de alimento a ranas cautivas. Con posterioridad analizaron sus pieles y encontraron que un 80 por ciento del alcaloide de la forma natural se había convertido en otra toxina más potente; por su parte, la réplica espejo apareció en la piel sin cambios. Según los científicos, las ranas deben poseer una enzima específica que mejora sólo la forma natural del compuesto.
El grupo de especialistas señala que es importante mostrar cómo la química conecta la vida de un organismo con otro. Y aunque han encontrado que algunas criaturas, distintas de las ranas, preparan a su conveniencia una toxina básica para varios propósitos, no se sabe de otros ejemplos en los cuales la ingieran para mejorarla como arma defensiva.