Hoy en día, cuando un artista necesita pigmentos de color para plasmar sus obras, sólo tiene que ir a una tienda especializada, en donde encontrará gran variedad de ellos, casi todos sintéticos y listos para usarse. Sin embargo, no era así en la Antigüedad; los pintores obtenían la mayor parte de sus pigmentos de tierras y minerales y con ellos preparaban sus materiales.
Un grupo de químicos analíticos ha investigado los pigmentos que emplearon los que ilustraron los márgenes y las primeras mayúsculas de varias copias que se conservan de las biblias que estampó Gutemberg en 1450.
Los pigmentos empleados pudieron identificarse por medio de un método de análisis conocido como espectroscopía de Raman.
El azul lo obtenían de un mineral llamado azurita, que es un carbonato de cobre. El verde intenso provenía de la malaquita, que también es un carbonato de cobre, si bien con una estructura diferente respecto de la azurita.
El rojo bermellón lo proporcionaba el cinabrio, que es en realidad sulfuro de mercurio. Creaban una aleación de plomo y estaño para el pigmento amarillo y un color gris verdoso se obtenía de un compuesto orgánico que contenía cobre. El «blanco de plomo» era el carbonato de ese metal.
En dos ejemplares, que al parecer fueron encargados por gente muy acomodada, se encontró un pigmento que, por lo escaso, era muy caro. Se trata de la lazurita, un compuesto de aluminio y silicio, que le da el color azul al lapislázuli.
Se hallaron otros pigmentos que son compuestos de titanio, llamados anatasa y rutilo. Los historiadores del arte y los químicos creen que estos se aplicaron con posterioridad, quizá por restauradores, ya que son pigmentos empleados en épocas más recientes.