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Arqueología científica

  Hasta hace poco tiempo, cuando un arqueólogo se decidía a buscar evidencia sobre la existencia de una antigua cultura, siempre a partir de relatos históricos, el éxito de su proyecto de investigación dependía en buena medida de la autenticidad de dichas fuentes históricas. Después debía disponer de tiempo casi ilimitado, algunas veces entre diez y veinte años, para realizar las minuciosas excavaciones arqueológicas que abarcaban extensiones enormes, hasta encontrar algo que sustentara su hipótesis. El factor «suerte» tenía mucho peso.



   Últimamente, los arqueólogos se han apoyado en investigadores geofísicos que, por medio de un radar que emite ondas que penetran en el subsuelo, pueden comparar la densidad y las propiedades eléctricas de diversos materiales enterrados y detectar de ese modo su forma y tamaño.

   Otros aparatos, llamados gradiómetros, identifican pequeñas variaciones en los campos magnéticos de los materiales en el subsuelo; con base en ese sistema es posible prever de qué están hechos algunos objetos.

   Esta nueva tecnología ahorrará años de trabajo inútil a los arqueólogos, además de que evitará excavaciones invasivas e innecesarias en algunos casos.

   Por medio de estos aparatos, los arqueólogos han aprendido mucho sobre sitios en donde florecieron antiguas culturas. Más interesante aún es que también pueden suministrar datos sobre historia más reciente. Un ejemplo es la exploración que se llevó a cabo con este radar en un acantilado en Normandía, en donde desembarcaron los aliados en junio de 1944. Con ello se han podido conocer datos de la tecnología militar de los nazis, de la cual se tenía una documentación muy escasa.

   No cabe duda de que la geofísica le ofrece hoy a la arqueología herramientas invaluables para sus investigaciones.

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Pingüinos

  No todos conocemos un pingüino, pero casi todos los hemos visto en imágenes desde que éramos niños. Pese a ello, muchas personas desconocen las condiciones extremas en que estos animales habitan.    El pingüino es el único vertebrado que vive durante el invierno en la Antártica sin madriguera o nido. En 2005, dichos animales tuvieron la compañía de un grupo de biólogos interesados en conocer lo que les permite vivir y reproducirse a temperaturas menores a los 25°C bajo cero.

Langostas bien orientadas

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Gasto de energía al cargar

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