Mientras que en 1980 sólo el nueve por ciento de los pescados y mariscos que había en los mercados del mundo para el consumo humano provenía de granjas de acuacultura, en la actualidad este porcentaje se ha incrementado hasta 43 por ciento.
Ello resulta benéfico para la población mundial y el ambiente, ya que puede obtenerse alimento de gran valor nutricional en grandes cantidades a un precio razonable; más aún, las Naciones Unidas han propuesto la creación de granjas de acuacultura en los países en desarrollo que tienen problemas nutricionales.
Un aspecto positivo adicional es que, al reducir la sobreexplotación de la pesca marítima, se protege la biodiversidad. Sin embargo, también es cierto que en las granjas de acuacultura se propicia la propagación de infecciones y parásitos; además, el exceso de desechos orgánicos generado da lugar a la proliferación de algas, en detrimento de las especies nativas de la zona.
Para su instalación se aprovechan con frecuencia los estuarios y se destruyen importantes ecosistemas, como los manglares cercanos, que son diques vivientes que protegen a las costas de maremotos y huracanes.
Para que la explotación de las granjas de acuacultura sea un proceso sostenible, hay que tener en cuenta sus riesgos y beneficios.