¿Qué relación tienen los geólogos con los vinicultores? En apariencia se trata de dos profesiones muy distantes. Sin embargo, con la ayuda de los geólogos se ha esclarecido por qué dos vinos elaborados con la misma variedad de uva y el mismo procedimiento pueden tener un gusto diferente.
Durante mucho tiempo se creyó que las propiedades de un vino eran atribuibles a la tierra en donde se sembraban los viñedos, pero la capa superficial de tierra tiene tan sólo un metro de espesor y las raíces de la viña pueden alcanzar hasta diez metros de profundidad. Lo que se encuentra a ese nivel es lo que le confiere el sabor peculiar a los frutos de cada viñedo, cuando lo absorben las raíces de la planta. Los vinicultores franceses conocen esto, desde hace mucho tiempo, como terroir, término que alude a las sustancias que resultan de la disolución del profundo lecho de piedra por el agua, el dióxido de carbono y los ácidos orgánicos.
Es curioso ver cómo se mezclan y confunden los términos científicos que emplean los geólogos y también los más sofisticados sommeliers. Los especialistas han encontrado, por ejemplo, que un subsuelo de lava basáltica explica que el vino tenga «taninos aterciopelados y sabor a cereza y casis»; la arenisca con ceniza volcánica da origen a un vino con «taninos jóvenes y firmes, mezclados con un sabor ahumado a moras»; el subsuelo que contiene sedimentos de arrastre de arroyos produce vinos con «taninos firmes y sabor terroso de zarzamora y hierbas».
No cabe duda de que estas investigaciones son muy útiles para los fabricantes de vino. Pese a todo, aunque la ciencia ha develado que las sutilezas del sabor de un vino se deben, de manera conjunta, a la variedad de las uvas, el terroir y la técnica de elaboración, el buen o mal gusto que provoca un vino al catarse es algo muy personal, ligado a la fisiología gustativa de cada persona.